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Día 10/09/2016



Día 11/09/2016




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La foto es de
Santiago Solano
       Leo tu carta mucho tiempo después, amigo, recién abiertas las puertas del otoño, y...
Recorro mentalmente mi última subida a la sierra de Santa Cruz, que hice solo. Nadie acudió a mi llamada de penetrar lo invisible. Al principio, en la oscuridad de la noche, sentado en el escalón de mi casa, La Casa del Escritor, en el escalón de la casa que pretendo convertir en biblioteca privada abierta a todos los vecinos del pueblo que quieran y sepan leer, quizás en museo, quizás en panteón en el que dormir por algún tiempo, esperando que la luz lanzara sus claras sobre los olivares, todo era silencio, un silencio ártico en la oscuridad.

       Leo tu carta mucho tiempo después, amigo, recién abiertas las puertas del otoño, y...
Había miles de preguntas feroces en la preñez de la noche, viejos espíritus malignos atraídos por el calor de los ojos de mi alma. La desesperanza, vestida de lágrima y angustia, saltaba de esquina en esquina intentando alumbrar la futilidad de las cosas. Pese a todo, amigo, el dolor me recordó que estaba vivo. No conozco ningún cadáver que se queje de la humedad de la tierra que lo cubre. Supe que estaba vivo, allí, sentado, solo, esperando que amaneciera, con la única idea de subir, subir, subir, aunque fuera solo, subir a la sierra. Mirar, mirarla, ir depositando mis recuerdos en cada piedra del camino, ir dejando mi agonía en cada rama, en cada brizna de luz que se interpusiera, en cada sombra del camino que se dejara acariciar. Vivir, aunque sea así, en una brizna de aliento, dejarse ir. 

       Leo tu carta mucho tiempo después, amigo, recién abiertas las puertas del otoño, y...

La foto es de
Santiago Solano
El convento derruido, con su ruido de fondo – doscientos seis años de misticismo indiscriminado no es moco de pavo – era una mole más oscura que la oscuridad sin estrellas que me cubría. Mi ruido de fondo – no en balde Esperanza Vital, Nanza, había nacido allí mismo – saltaba sobre las piedras de la ficción levantando un himno lejano y solemne, como de piedra románica en una iglesia románica. Y de pronto, el horizonte se tiñe de rojo. Era como si toda la sangre de todos los que han sido carne, los agustinos, la disputa del agua, los pobres labradores, etc., y los que han sido pensamiento, Jacobo y Pedro, y “Fule”, y La Bruja Men, etc., y todos cuantos han subido conmigo antes y subirán después, se alzaran para mostrarme la verdad. A saber, que el eco de cuanto hacemos en la vida se queda aquí, escondido en alguna parte, está, es. 

       Leo tu carta mucho tiempo después, amigo, recién abiertas las puertas del otoño, y...
La sierra es, es un lugar mágico. Hay una piedra alta, muy alta, nada más salir del pueblo, tras unas chumberas, que llamaban el “rejbalaero”. Allí iban las niñas a romperse las bragas, y las mujercitas a romperse otras telas, decían los antiguos, los que ya no están más que en la palabra y en el recuerdo. Allí levanté la vista, buscando quizás a una niña llamada Cripriana, mi madre, que se divirtió mucho en el “rejbalaero”. Allí su risa se escuchaba nítida, y su voz era el beso, aquel beso que ella daba cuando ya no le cabía más amor en el pecho. 

       Leo tu carta mucho tiempo después, amigo, recién abiertas las puertas del otoño, y...

La foto es de Santiago Solano
Digo que levanté la vista y vi. La sierra se había puesto aquella mañana la camisa dorada del verano y el pantalón verde de las nuevas aguas. El gorro ocre se balanceaba bajo la copa de los árboles en un movimiento inexplicable que calentaba la mirada. La sierra subía hasta el cielo, hasta el límite del cielo, ese cielo azul que aman los poetas. El aire, amigo, era de una pureza apabullante, y sobre él cabalgaban los perfumes del hinojo, de la zarza, del moral, del alcornoque; también la redondez oscura de las vacas. 

       Leo tu carta mucho tiempo después, amigo, recién abiertas las puertas del otoño, y...
Hice más de doscientas fotografías. La tierra del camino, amigo, el cancho, la pared, el agua de los veneros… todo se hacía belleza en mi interior, todo se hacía vida en mi interior. La sierra, necesitas una sierra. Sólo eso, una sierra a la que salir, subir, subir, subir; aunque sea solo. Dejarse ir. Subir, subir hasta el Risco Chico, sentarse en la Silla del Moro, descubrir que somos parte de esto que llaman mundo, de esto que llaman vida, y que sin nosotros, por pequeños que nos sintamos, por pequeños que seamos, esto que llaman mundo, esto que llaman vida, no sería el mismo mundo, no sería la misma vida. Sentirse así, parte de esto. 

      Leo tu carta mucho tiempo después, amigo, recién abiertas las puertas del otoño, y...
Tienes que subir, amigo, subir, subir, que aquí arriba te esperamos tus amigos, cuantos te hemos leído y maravillado con tu palabra exacta, con tu verdad, cuantos te vemos dudar. Allá arriba, aquí arriba, amigo, en la sierra de Santa Cruz, se ve todo el mundo; toda la vida se comprende. Nada mejor que subir, subir, subir, sentarse en la Silla del Moro y comerse un melocotón mientras el viento te va limpiando lentamente el sudor de la subida, el sudor de la vida.

La foto es de Santiago Solano
La foto es de Santiago Solano




Un abrazo, amigo, te espero, te esperamos.